Las celosías de concreto tienen algo mágico, algo que siempre me ha fascinado. Es como si jugaran con la luz y la sombra, creando patrones que cambian a lo largo del día, llenando los espacios de vida. Su textura, a veces áspera, a veces lisa, le da carácter al lugar, como si el concreto hablara por sí mismo. Lo mejor es cómo logran un equilibrio perfecto: te dan privacidad, pero al mismo tiempo te permiten espiar un poco del mundo exterior, dejando que el aire y la luz se cuelen justo lo necesario. Son simples y, a la vez, llenas de detalles. Para mí, son un recordatorio de que la arquitectura no solo se trata de construir, sino de crear espacios que conecten con las personas y con su entorno.